Así ha sido recogido en su informe “Reinvigorating the public to prevent COVID-19” (“Revitalizando al público para prevenir COVID-19”), entendiendo que resulta una respuesta “esperada y natural” de la población general, ante una prolongada crisis salud pública como la actual. El concepto de "fatiga pandémica" había sido aplicado en otros eventos catastróficos con anterioridad, para hacer referencia a las dificultades adaptativas frente a retos de larga duración, como en la aplicación de directrices gubernamentales diseñadas para apelar a la responsabilidad individual para contrarrestar el cambio climático.
Para los expertos de la OMS, la fatiga pandémica ha aparecido de forma gradual y “está afectada por diversas emociones, experiencias y percepciones, así como por el contexto social, cultural, estructural y legislativo”. Es la incertidumbre secundaria a la problemática de la salud pública asociada al riesgo de deterioro de la economía, lo que ha generado un desgaste acumulativo difícilmente cuantificable a nivel psicológico. Desde distintas instancias se ha presumido que los síntomas predominantes de la fatiga pandémica son el cansancio, agotamiento, insomnio, estrés, irritabilidad, tristeza, desmotivación y falta de concentración, pudiendo derivar en desesperanza, ansiedad y depresión.
2) Concepto arbitrario y no científico, con fuertes implicaciones sociales:
Aunque “fatiga pandémica” es un término extendido en los medios de comunicación y está empezando a calar en la literatura médica, hasta la fecha no tiene base científica. Puesto que no aparece en el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) y no existe documentación contrastada respecto a su implicación en salud mental, en el momento actual tiene más connotaciones sociales que psicopatológicas.
Inicialmente, el término surge a partir de un comunicado de la OMS en el que se establecen recomendaciones frente al coronavirus, en base a la proposición de planes gubernamentales para los estados miembros. Ésta circunstancia le confiere a priori un matiz eminentemente social, pues el restablecimiento de estrictas medidas preventivas ante la amenaza de relajación de la población, ha desatado un hastío generalizado paralelo a la cronificación de la viriasis. En éste sentido, el texto proporciona un marco de trabajo para la planificación y aplicación de estrategias para contrarrestar el desencanto en la población general ante la pérdida de libertades y restricciones sociales continuas.
En referencia a la vertiente científica y sus implicaciones sobre la salud mental, un artículo reciente publicado en Current psychology ( Abdulkadir Haktanir y Nesime, Oct 2021), confirma que existe una literatura emergente respecto al agotamiento mental y físico secundario a las restricciones relacionadas con el COVID-19. En dicho estudio se concluye que existe una falta de evidencia empírica sobre la fatiga pandémica, en base al seguimiento de 516 participantes adultos en los que se valoró su temor al coronavirus, la intolerancia a la incertidumbre, la apatía y el autocuidado. En el ensayo determinaron que hasta un 34,40% de los participantes han relajado sus medidas de protección, en comparación con las que tomaron al comienzo de la pandemia. El hecho de que una de cada tres personas esté tomando menos precauciones no solo representa una amenaza para la salud individual sino también para la salud pública. El estudio propone que dado que muchas personas están experimentando fatiga pandémica, los gobiernos deberían prestar más atención a la naturaleza biopsicosocial de la situación, a la hora de ordenar restricciones y planificar las precauciones necesarias.
3) Implicaciones no sanitarias del término:
La fatiga pandémica constituye un desafío al tratarse de un fenómeno que sobrepasa el ámbito estrictamente sanitario. De forma implícita, las medidas impuestas por los gobiernos requieren de la confianza en el discurso de las autoridades científicas, circunstancia que ha generado un amplio debate que trasciende del ámbito sanitario al sociopolítico, al condicionar la aplicación de medidas coercitivas impopulares dirigidas hacia la población general, que contravienen las libertades adquiridas en democracia. En consecuencia, no procede su atribución al espectro de la patología mental, sino más bien debe ser comprendida como un problema de actitud de la sociedad en su conjunto. El discurso victimista de los medios, la coacción verbal de los organismos sanitarios y las mentiras de los responsables políticos, han generado gran desencanto activando una marcada actitud contestataria ante la imposición de nuevas renuncias, sobre todo cuando se vislumbra que el COVID 19 ha venido para quedarse. Por otra parte, la vacunación generalizada de la población ha dado lugar a una falsa sensación de invulnerabilidad que contrasta con la cruda realidad de cada nueva ola. No en vano, la irrupción periódica de cepas más virulentas y patógenas ha hecho renunciar a los expertos a la fantasía de una resolución fácil, al recrearse situaciones de riesgo con una periodicidad cíclica de predominio estacional. Naturalmente, el escepticismo colectivo va en aumento.