COVID Y FATIGA PANDÉMICA:

COVID Y FATIGA PANDEMICA

“En tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto.” LUCIO ANNEO SÉNECA

1) Introducción:

Dos años de lucha con el coronavirus han pasado factura en la salud física y mental de la población general de las sociedades occidentales. Éste es el motivo por el que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha adoptado recientemente el término “fatiga pandémica “, para hacer alusión al cansancio derivado del agotamiento asociado a la desmotivación para cumplir las restrictivas medidas sociales impuestas desde la irrupción del COVID-19. 

Así ha sido recogido en su informe “Reinvigorating the public to prevent COVID-19” (“Revitalizando al público para prevenir COVID-19”), entendiendo que resulta una respuesta “esperada y natural” de la población general, ante una prolongada crisis salud pública como la actual. El concepto de "fatiga pandémica" había sido aplicado en otros eventos catastróficos con anterioridad, para hacer referencia a las dificultades adaptativas frente a retos de larga duración, como en la aplicación de directrices gubernamentales diseñadas para apelar a la responsabilidad individual para contrarrestar el cambio climático.  Para los expertos de la OMS, la fatiga pandémica ha aparecido de forma gradual y “está afectada por diversas emociones, experiencias y percepciones, así como por el contexto social, cultural, estructural y legislativo”. Es la incertidumbre secundaria a la problemática de la salud pública asociada al riesgo de deterioro de la economía, lo que ha generado un desgaste acumulativo difícilmente cuantificable a nivel psicológico. Desde distintas instancias se ha presumido que los síntomas predominantes de la fatiga pandémica son el cansancio, agotamiento, insomnio, estrés, irritabilidad, tristeza, desmotivación y falta de concentración, pudiendo derivar en desesperanza, ansiedad y depresión.

2) Concepto arbitrario y no científico, con fuertes implicaciones sociales:


Aunque “fatiga pandémica” es un término extendido en los medios de comunicación y está empezando a calar en la literatura médica, hasta la fecha no tiene base científica. Puesto que no aparece en el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría) y no existe documentación contrastada respecto a su implicación en salud mental, en el momento actual tiene más connotaciones sociales que psicopatológicas.

Inicialmente, el término surge a partir de un comunicado de la OMS en el que se establecen recomendaciones frente al coronavirus, en base a la proposición de planes gubernamentales para los estados miembros. Ésta circunstancia le confiere a priori un matiz eminentemente social, pues el restablecimiento de estrictas medidas preventivas ante la amenaza de relajación de la población, ha desatado un hastío generalizado paralelo a la cronificación de la viriasis. En éste sentido, el texto proporciona un marco de trabajo para la planificación y aplicación de estrategias para contrarrestar el desencanto en la población general ante la pérdida de libertades y restricciones sociales continuas.

En referencia a la vertiente científica y sus implicaciones sobre la salud mental, un artículo reciente publicado en Current psychology ( Abdulkadir Haktanir y Nesime, Oct 2021), confirma que existe una literatura emergente respecto al agotamiento mental y físico secundario a las restricciones relacionadas con el COVID-19. En dicho estudio se concluye que existe una falta de evidencia empírica sobre la fatiga pandémica, en base al seguimiento de 516 participantes adultos en los que se valoró su temor al coronavirus, la intolerancia a la incertidumbre, la apatía y el autocuidado. En el ensayo determinaron que hasta un 34,40% de los participantes han relajado sus medidas de protección, en comparación con las que tomaron al comienzo de la pandemia. El hecho de que una de cada tres personas esté tomando menos precauciones no solo representa una amenaza para la salud individual sino también para la salud pública. El estudio propone que dado que muchas personas están experimentando fatiga pandémica, los gobiernos deberían prestar más atención a la naturaleza biopsicosocial de la situación, a la hora de ordenar restricciones y planificar las precauciones necesarias.

3) Implicaciones no sanitarias del término:


La fatiga pandémica constituye un desafío al tratarse de un fenómeno que sobrepasa el ámbito estrictamente sanitario. De forma implícita, las medidas impuestas por los gobiernos requieren de la confianza en el discurso de las autoridades científicas, circunstancia que ha generado un amplio debate que trasciende del ámbito sanitario al sociopolítico, al condicionar la aplicación de medidas coercitivas impopulares dirigidas hacia la población general, que contravienen las libertades adquiridas en democracia. En consecuencia, no procede su atribución al espectro de la patología mental, sino más bien debe ser comprendida como un problema de actitud de la sociedad en su conjunto. El discurso victimista de los medios, la coacción verbal de los organismos sanitarios y las mentiras de los responsables políticos, han generado gran desencanto activando una marcada actitud contestataria ante la imposición de nuevas renuncias, sobre todo cuando se vislumbra que el COVID 19 ha venido para quedarse. Por otra parte, la vacunación generalizada de la población ha dado lugar a una falsa sensación de invulnerabilidad que contrasta con la cruda realidad de cada nueva ola. No en vano, la irrupción periódica de cepas más virulentas y patógenas ha hecho renunciar a los expertos a la fantasía de una resolución fácil, al recrearse situaciones de riesgo con una periodicidad cíclica de predominio estacional. Naturalmente, el escepticismo colectivo va en aumento.

4) Covid y fatiga pandémica:


Prescindiendo del término “fatiga pandémica” en base a su imprecisión y escasa base científica, es obvio que la viriasis ha puesto contra las cuerdas la sempiterna precaria red sanitaria de salud mental española. Sabemos a ciencia cierta que se han incrementado las consultas relacionadas con la ansiedad, depresión y desórdenes relacionados, fruto del confinamiento y/o el establecimiento de restricciones sociales severas (ver artículo de “coronavirus y confinamiento”). Paradójicamente, el debate ha sido totalmente obviado en lo referente a la desatención de la patología mental grave y el deterioro de la salud mental pública ha sido manifiesto en amplios sectores poblacionales de alto riesgo, como es el caso de los trastornos mentales severos (ver “coronavirus y salud mental” y/o “coronavirus y psiquiatría”).
Por citar sólo algunos datos del propio estado, según la Encuesta de Salud mental del CIS publicada en Marzo de 2021, el 23,4% de los españoles reconocía que durante la pandemia había sentido "mucho o bastante miedo" a morir por el Covid-19 (aunque en noviembre de 2020 llegaba al 58,4%) y uno de cada tres ciudadanos había llorado por la situación. Asimismo, un 68,6% de los españoles padeció "mucho o bastante miedo" por la posibilidad del fallecimiento de un familiar, y un 72,3% tuvo gran preocupación por miedo a contagiar a su entorno cercano. Hasta un 21,5% señalaba que se encontraba "decaído, deprimido o sin esperanza", otro 21,8% se declaraba "nervioso, ansioso o muy alterado" y un 14,2% se sentía "incapaz de parar o controlar las preocupaciones". Éstos datos son la confirmación del intenso estrés al que se ha visto sometida la población general, que aparte de medidas coercitivas y el habitual discurso del miedo de los medios de comunicación del aparato del estado, no ha recibido ningún apoyo adicional en forma de refuerzo de la oferta de recursos sanitarios, incremento de las plantilla de profesionales o la garantía de un mayor y mejor acceso a la salud mental para todo aquel que lo necesite.

En otro orden de cosas, tampoco hemos podido cuantificar aún el impacto psicológico de la pandemia a largo plazo, como tampoco parece que seamos conscientes plenamente del potencial impacto de los nuevos hábitos de vida y cambios en los estilos relacionales, a los que nos arrastra la epidemia. Asistimos de facto a un nuevo orden social donde la distancia interpersonal ha aumentado, el teletrabajo ha tomado el protagonismo y la comunicación telemática empieza a ser la norma, todo ello en detrimento de la relación social cara a cara de la que disfrutábamos antes de la “era COVID”. Es evidente que no hay ninguna “nueva normalidad” ni nada que se le parezca, toda vez que la relación social ha de ser disfrazada detrás de máscaras que ocultan la cara e impiden la empatía espontánea que mana de la comunicación no verbal. De forma asociada, flota un nivel de incertidumbre y desconfianza en el ambiente que no parece fácilmente reversible mientras el virus permanezca presente. El futuro no lo sabemos, pero parece que caminamos a otro futuro distinto al que anticipábamos en la "era precovid". 

A fecha de hoy, no queda claro en que medida todos éstos cambios han paranoidizado nuestra sociedad y perdurarán en mayor o menor medidas en los hábitos de los más jóvenes, dejando una huella caracterial inequívoca como la que provocó las dos guerras mundiales sobre la generación de nuestros abuelos. El confinamiento, la distancia social en los colegios, la mascarilla y las prácticas de supervisión y/o vigilancia tan estrictas, son improntas psicológicas cuyo impacto será necesario estudiar en la población infantojuvenil en décadas venideras, con el fin de conocer las consecuencias a largo plazo de lo que está sucediendo en éste momento. Está claro que la resistencia a aceptar el confinamiento, a asumir el aislamiento, mantener la distancia social o utilizar la mascarilla son actitudes instintivas difíciles de revertir, en la medida que el ser humano es y será básicamente un animal social. De forma que todas éstas fórmulas artificiales chocan frontalmente con nuestra propia esencia como especie y representan una exigencia psicológica cuya recompensa es difícilmente cuantificable a nivel emocional en el aquí y ahora.

Fdo: Dr Miguel Ponce López. Médico Psiquiatra.